martes, 5 de noviembre de 2013

LA VIDA MINERA A INICIOS DEL SIGLO XX

LA VIDA MINERA EN EL CENTRO DEL PERÚ A INICIOS DEL SIGLO XX. UNA VISIÓN UCRÓNICA
      Vagamos noche y día sobre burladas huellas, como vagaron los abuelos, rebeldes, y como vagarán los nietos de los nietos sobre las mismas huellas ¡sin saberlo…!
Augusto V. Ramírez MD OHP

PRESENTACIÓN.
Este escrito, y los siguientes, lleva el propósito de conjeturar en nuestra imaginación la ucronía fusionada desde crónicas orales y memorias escritas del inicio de la etapa moderna la minería en estas las porfiadas tierras de nuestros Andes centrales. Cometidos, nos situamos en nuestra heredad a la distancia de un siglo, comencemos por retroceder hasta el año del señor de 1 913, días en que la minería del centro del Perú inicia su despegue tecnológico. Para entender en qué entorno socio-ambiental germina este desarrollo, visionemos cómo era esta tierra hace 100 años recreando las maravillas de paisajes y vida en la antigua minería cerreña primero para luego intentarlo con su metalurgia que comienza en Smelter y sigue en La Oroya, amén de recorrer sus antiguas minas. La perspectiva es aprovechar los recuerdos de gentes que vivieron entonces y que tuvieron el mérito de plasmar esas realidades en escritos muchos, para beneplácito de nuestra generación y de las próximas afortunadas que se asienten en estos hermosos y controvertidos parajes pues, un pueblo que recuerda, es un pueblo que vive.
Posicionarnos en estas realidades supone abstraernos de este nuestro presente, por tanto es necesario olvidarnos de la tecnología actual representada por ejemplo por teléfonos de cualquier tipo y más aún los celulares, por la radio, por la televisión, las PC, los satélites, las vías asfálticas, los trenes a fuerza diesel y por esos enormes ómnibus de dos pisos, pues hace 100 años todo esto aún era un futuro incierto y no cuentan en este periplo ucrónico de inicios del sXX. Les propongo iniciar el recorrido acercándonos a ese ombligo de la minería peruana que fue el Cerro de Pasco, ubérrima zona, hoy un tanto venida a menos, estigmatizada.
LLEGANDO AL CERRO DE PASCO DE 1 913
Conjeturemos un ferrocarril a vapor que surca nuestras cumbres andinas, volutas de humo arisblanco incluidas, con mucha fuerza pero cansino. Para llegar desde Lima al Cerro de Pasco es menester estar ya en La Oroya adonde hemos llegado con el flamante y ya admirado Ferrocarril Central que habíamos tomado en la recién estrenada Estación de trenes de los Desamparados de Lima, construida en 1 912 sobre la antigua Estación del Ferrocarril Central de Callao al Cerro de Pasco y concebida por el arquitecto peruano Rafael Marquina. Abordamos a las 6 de la madrugada y en el maravilloso marco de ascenso primero a las sierras limeñas y luego a las juninas, cabalgamos sobre paralelas líneas de acero dormidas sobre maderos fuertes e indolentes que, a tramos, ora desafían enormes quebradas para unir dos montañas a modo de puentes fabulosos e increíbles -los conocidos Puente de las Verrugas y Puente del Infiernillo por muestra- ora, figurando protegernos de alguna malhadada tempestad, ingresan a innumerables túneles de ensueño concebidos para salvar distancias y alcanzar rápido el punto más alto del mundo para un ferrocarril: Ticlio 15 000 pies sobre el nivel del mar (psnm, un sí digo: aún no se usa el metro por una cuestión de imperios) cosas del ingenio humano para lograr cruzar los altivos Andes centro-occidentales por el abra de los cerros de Anticona y de Meiggs, orgullosos de sus nieves perpetuas. Ya el Sol ha pasado su meridiano y tocamos la tierra de La Oroya a las dos en punto de la tarde, tren inglés, hora inglesa, eso era norma.
Como nuestra meta es el Cerro de Pasco, a esa hora tenemos que abordar otro novísimo tren, el llamado ‘Ferrocarril del Cerro de Pasco’ que a la sazón ha sido construido entre los años tres y comienzos del cuatro, pero que recién se abre al tráfico de cerreños, oroínos y limeños el 28 de julio 1904, ceremonia oficial incluida.
En aquellos días la línea La Oroya-Cerro de Pasco tiene un recorrido de 82 millas, aparte del ramal “Goyllarisquisga”, que se extiende desde Vista Alegre hasta las minas de carbón así llamadas: “Goyllarisquisga”, porque es allí es el lugar donde, poéticamente cuenta una leyenda Inca, “una estrella cayó” tal como lo alude esa voz quechua. Este ramal tiene una longitud de 26 millas, pero hay un segundo ramal que va desde de Alcacocha a Quishuarcancha con 10 millas adicionales, mas este último no es para el tráfico público, sino exclusivamente para transportar carbón desde las minas a Alcacocha y materiales para las minas en construcción de Quishuarcancha.
Por los hermosos parajes de la vía principal del “Ferrocarril del Cerro de Pasco” diariamente transitan trenes mixtos, es decir trenes que conducen pasajeros y cargas. Además un bien equipado tren de pasajeros conecta en La Oroya los lunes, miércoles y viernes con los trenes del Ferrocarril Central del Perú hacia Lima y retorna de la Oroya al Cerro los días martes, jueves y sábado.
Como decía al inicio en este relato no cuenta el tiempo, por tanto vivamos ucrónicamente este paseo a bordo de este histórico ferrocarril camino al Cerro de Pasco, viaje que por lo demás es un regalo para la vista y el espíritu: Salgamos de la Oroya para ascender a contracorriente la margen derecha del aquí sereno valle del rio Mantaro, extrañamos sí, la mágica visión de los futuros pueblos amurallados de Amachay, Chulec y Mayupampa -aún proyectos en calenturientas mentes metalúrgicas- con todo, el valle igual nos depara hectáreas de verdes cármenes naturales. Crucemos el majestuoso Mantaro frente al pintoresco villorrio de Antahuaro, antes conocido como Tilarnioc, y trepemos a fuer de vapor para alcanzar la mayor altura de esta vía en la Cima de Wye. De aquí adelante nos instalamos en esa gran planicie que es la Meseta del Bombón atravesando la inmensa Pampa de Junín y al tomarla, la velocidad del convoy aumenta súbitamente y ahora en rápida sucesión pasa, bello, el memorable campo de la batalla de Junín, única batalla en el mundo moderno donde no se dispara un solo tiro y donde se iniciara la consolidación de nuestra independencia hace ya 90 años, desfila luego el pueblo de Junín y su famosa Chinchaycocha, enorme, quieta, translucida, bella. En la orilla opuesta se divisa, tenue, el villorrio de los Óndores.
Ora ya estamos en Carhuamayo, con sus muchas casitas andinas típicas; llamas y algunas ovejas despistadas, adornadas, cruzan a pequeños brincos las líneas. Hacia las 5 pm dejamos Carhuamayo e iniciamos el ascenso al cerro del Inca y he aquí que a nuestra infatigable contemplación se presentan, breves, las titilantes luces del pueblo de Fernandini y por fin en el horizonte, la “Smelter” que tocamos cinco minutos después. El tren se detiene en la bien iluminada estación, frente a nosotros en vista plena el establecimiento industrial con esos sus grandes hornos devoradores de rocas y forjadores del preciado metal y que pocos años después devendría en la Gran Fundición de La Oroya, que tanto ha contribuido a la prosperidad de nuestro Perú.
Salgamos de Smelter para media hora después por fin divisar que el Cerro de Pasco a lo lejos nos saluda tranquilo y sin sobresaltos. Al sol moribundo de esa tarde serrana nos apeamos del confortable coche quizá cansados pero felices a pesar del dolorcillo de cabeza, que un cocido de coca quita, y del aire frio de las montañas ubérrimas de nuestros Andes. Hemos ascendido hasta 14 208 psnm, nos sentimos gratos de haber llegado a destino sin contratiempos y complacidos de la oportunidad de iniciar este agradable periplo atravesando un rincón de estas nobles tierras de los juninos.
Consignemos aquí que, hoy, el Superintendente general de este Ferrocarril Oroya-Cerro de Pasco es el joven y competente ingeniero americano M. Wilcox, esposo de la señora belga María Luisa Guislain, extensamente vinculados a Lima y que, sin duda, muchos descendientes habrán de dejar en esta parte de la sierra peruana.
Pero curioso y amable lector seguramente habrás de preguntarte ¿y cómo era entonces el Cerro de Pasco adonde has logrado llegar aquella mágica tardenoche de 1 913? Pues bien aquí una brevísima visión de lo que en los meandros de los recuerdos queda, matizando los míos, ya precarios, con los que constan en anales de entonces redivivos eccum hic.
EL CERRO QUE NO CONOCÍ
Para no ir demasiado lejos, a tiempos del Inca o antes, determinemos iniciar esta ucronía abarcando sólo desde la colonización de los españoles, que otras habrían de haber. Conocido es que el Cerro de Pasco fue desde entonces afamado mundialmente por los enormes tesoros argentíferos que guardaba y guarda en sus entrañas. Decir: ¡Cerro de Pasco! fue siempre un rótulo sonoro, un nombre mágico, un País de Ensueño, así con mayúscula, donde la plata valía menos que el hierro, así proclamaba la leyenda que al popularizarse, adquiere visos de fábula. Por aquellos tempranos tiempos era la tierra predilecta de hombres valerosos, de hombres de férrea voluntad, tierra de hombres venidos al inicio desde las Españas, tierra en la que se conquista la riqueza en forma rápida, casi fulmínea. Se creía, y en efecto así era, que bastaba arañar un poco la corteza dura de esas montañas para que quedase a descubierto el argentino y deslumbrante metal. Esta es la leyenda de un pueblo, el Cerro de Pasco, que fama dio al Perú durante el coloniaje y después...
Se sabía del yacimiento minero del Cerro de Pasco desde los pre-incas, pero es en el virreinato cuando se confirma y explota. Precisamente por estos años de gracia la leyenda de Huaricapcha se difunde y por ventura está relacionada con el inicio de las ‘operaciones mineras’ en la zona. En 1 630 gobierna Jerónimo de Cabrera, el afamado Conde de Chinchón, quien es el portador de la buenanueva para las Españas: el descubrimiento del yacimiento de Yaricocha también llamado ‘Yacimiento mineral de Pasco’ en alusión al cerro donde se asienta.
LA LEYENDA
Y si de Huaricapcha hablamos, discurramos pues sobre la muy conocida leyenda referida al descubrimiento de las minas del Cerro de Pasco, hela aquí:
            Corría el año de nuestro Señor de 1 630, las propiedades de la hacienda de Santisteban de Yaricocha asientan en la vasta meseta del Bombón, cuyos escarpados forman una región agresiva de terrenos deslumbrantes por sus nieves, en los que hasta en el día más hermoso se advierte detrás del implacable cielo azul turquesa algo siniestro en los profundos silencios de sus inmensidades, allí los hombres pastorean el ganado, pues la mujeres, en esa aún sana pero lejana memoria, quedan atendiendo los fuegos del hogar.
Una imprevista mañana de aquel antiguo año, el pastor Santiago Huaricapcha, natural de esas soledades y treintañero él, muy de madrugada sale como cada día a pastar sus llamas por esos yermos parajes mágicos donde solía pasar su muelle vida. Mas el tiempo soleado de esa mañana de estío, al crepúsculo se torna amenazante, estamos a más de 15 000 pies snm y en poquísima brevedad las cerrazones ensombrecen el ambiente, se desencadena terrible ventisca y pronto amenazantes, pero benditos, copos caen. Santiago sabe que a la mañana siguiente temprano brillará el sol para derretir esa nieve y la tierra sedienta tomará el agua y ‘a de juro haberá más pasto’, piensa alegre que su ganado ganaría nuevas oportunidades de vivir a pesar de las borrascas y nieves. Mas ahora lo importante es protegerse de la nieve por lo menos hasta que amaine la braveza de sus cielos andinos. Pasan las horas y en el horizonte más viento que trae más y más nieve y en esa su visión sincrética se dice: ‘castigo de Apus, pues…!’ La tempestad creciente le confina dentro ese espeso e impenetrable arcano y no puede retornar.
Con la noche, el frío es aún más insoportable a pesar de su vestido de puna: manguillas, chullo, poncho y grueso calzón de bayeta, ese frío congelante le cala hasta sus intimidades. Temiendo congelarse, busca abrigo en la enormidad del erial, tan sólo necesita una caverna de las muchas que allí hay, ellas siempre le han protegido de illampu y Oh! salvación, encuentra una acogedora cueva, ingresa junto a algunas de sus llamas, las más pequeñas, claro, junta taquia, bosta, ichu y otros pastos secos que topa dentro, prende una fogata alrededor de piedras que le sirven para proteger el preciado combustible. Ya algo aliviado, saca coca de su huallqui y comienza a chacchapar atizando la fogata de cuando en vez. Pronto duerme impertérritamente a la espera de la mañana para regresar.
Amanece y con la claridad naciente del día inundando el entorno, Santiago observa desde lo alto que, ahora como siempre la nieve virgen había suavizado el contorno de los arroyos, senderos, zanjas y hondonadas en visión esquiva. Emocionado vuelve los ojos al hogar apagado y turulato no puede elucubrar explicación alguna para lo que veía: de las piedras del fogón nocturno, de esas frías y viejas piedras que la noche anterior le dieron forma a su hoguera cuelgan, longos y finísimos, hilos blancos y brillantes de textura tal que parecían delgadísimas lágrimas de piedra. Sobrecogido más que fascinado por esas formaciones, rápido, las llena en el huallqui para encaminarlas a don Juan José Ugarte, un rudo minero de aquella época. La tradición señala a Ugarte como un gambusino aventurero quien muy poco después de la visita de Santiago llega a ser un acaudalado minero argentífero, desde entonces muy reconocido por la Corona. Por supuesto, y como siempre sucede en estas tierras, de Santiago nunca más se supo. Así fue como, la leyenda dixit y yo sólo la burilo, se descubrió el mineral del Cerro de Pasco.
El beneficio de la plata en el Cerro de Pasco de estos tiempos iniciales, se hace a partir de pacos superficiales (mineral de plata con ganga ferruginosa) por amalgamación, el mercurio de Huancavelica está cerca. Así de fácil… Entonces, una caterva de aventureros y de hombres ansiosos de fortuna se lanza bien pronto a extraer las riquezas del afamado mineral y a la par que acuden unos y otros, se comienza a construir las primeras casas de la futura villa, casas que aún en este año de gracia de 1 913 existen y conservan todo el sabor de los tiempos en que fueron hechas.
Acaso este sea el inicio de las ubérrimas minas de plata del Cerro de Pasco, que al bien decir de la Corona española, agradecida, designa a la ciudad en el año 1 639 con el título nobiliario de “Ciudad Real de Minas” y hacia 1 771 como la “Distinguida Villa Minera del Cerro de Pasco”. Luego la República en 1 840 la distingue como la “Opulenta Ciudad de Cerro de Pasco”.
EL CERRO QUE AHORA PISO
El Cerro actual, 1 913, a pesar de la explotación casi continua de que ha sido objeto por trescientos y más años conserva toda la fuerza de su tradición. La ciudad no es, por cierto, una de las más atrayentes del Perú. A la vera de una montaña, el poblado comienza en la suave ladera de la colina y baja luego a la hondonada para comenzar a subir nuevamente el escarpado desnivel. Sus callejuelas angostas que se retuercen, o se quiebran súbitamente en ángulo recto, son agrupamientos de casitas con primitivos techos de paja que se apretujan y hacinan a lo largo de suelos pavimentados con grandes piedras relucientes y resbaladizas. El Cerro de Pasco es una villa que cuenta con más de tres siglos de vida, donde lo moderno apenas marca huella. La falta de agua potable la hace poco confortable para la vida pero, en cambio, su actividad comercial es grande. Cada casa es una tienda y todas hacen negocio; en algunas se puede descubrir artículos y objetos quizás mejores y más baratos que en Lima. En determinadas rúas es posible encontrar tambillos adornados con pequeñas mesas de madera que exhiben productos de panllevar papas, ocas, ollucos, algunas yerbas aromáticas traídas indudablemente de otros lares, otros exhiben los panes llamados ‘tantaguaguas’ en forma de muñecas, llamas y palomas, esto debido a que quizá estemos cerca a esa fiesta tan peruana de “Todos los santos”. Esta reseña no es una ficción, ni siquiera una hipérbole. No, simplemente es la realidad de estos parajes antes tan recónditos, hoy aquí patentes para el que quiera verlos, reales para el que quiera tocarlos.
Como corolario, señalemos una huella de la riqueza expoliada a esta querida tierra, de la que por cierto el Cerro de Pasco nunca supo: cálculos que se quedan cortos, consignan en 14 mil las toneladas de plata procesadas durante la Colonia, con un valor de 100 millones de libras esterlinas, no es necesario ser zahorí para conocer cuál es el valor actual de lo extraído por España de esta generosa tierra. ¡Ah, Cerro manta pacha!
Paremos aquí para labrar otras visiones específicas sobre estas certidumbres en las memorias de la minería del Centro del Perú, muchas de ellas idas qué duda cabe, y perfilar en este ámbito parte de la actividad minera desarrollada en estas tierras opulentas. Acometamos también manifestaciones socioculturales de esa época como sus almacenes que hoy aquí llaman “mercantiles”, sus hospitales, sus trenes, sus gentes con su afán de vivir inmersas en estos climas inclementes, ora montaraces ora níveos y aún así gente impávida ante su realidad.
REFERENCIAS:
1. Helguero PS. Viajando por la República. Imprenta La Moderna. Lima. 1917
2. Ministerio Energía y Minas Perú. Ingemet. Historia de la minería en el Perú. Capítulo 1. Disponible en: http.//sisbib.unmsm.edu.pe.
3. Fotografía del Cerro de Pasco: Blog “Cielo de Pasco” de Albert Estrella.
4. Imagen de Huricapcha: http://www.galeon.com/antología/muscerrena/huaricapcha.bmp


Nota del Editor: Nuevamente mis agradecimientos al maestro Dr. Augusto Ramírez por compartir con todos mis lectores una visión de cómo era la vida en la naciente minería moderna en el centro del Perú, donde tanto él, como nosotros hemos dado parte de nuestra vida al servicio de los trabajadores mineros trabajando a más de 3700 metros sobre el nivel del mar.
Aquiles Monroy MD