Vagamos
noche y día sobre burladas huellas, como vagaron los abuelos, rebeldes, y como vagarán los
nietos de los nietos sobre las mismas huellas ¡sin
saberlo…!
Augusto V. Ramírez MD OHP
PRESENTACIÓN.
Este escrito, y los siguientes, lleva
el propósito de conjeturar en nuestra imaginación la ucronía fusionada desde
crónicas orales y memorias escritas del inicio de la etapa moderna la minería en
estas las porfiadas tierras de nuestros Andes centrales. Cometidos, nos situamos
en nuestra heredad a la distancia de un siglo, comencemos por retroceder hasta
el año del señor de 1 913, días en que la minería del centro del Perú inicia su
despegue tecnológico. Para entender en qué entorno socio-ambiental germina este
desarrollo, visionemos cómo era esta tierra hace 100 años recreando las
maravillas de paisajes y vida en la antigua minería cerreña primero para luego intentarlo
con su metalurgia que comienza en Smelter y sigue en La Oroya, amén de recorrer
sus antiguas minas. La perspectiva es aprovechar los recuerdos de gentes que
vivieron entonces y que tuvieron el mérito de plasmar esas realidades en
escritos muchos, para beneplácito de nuestra generación y de las próximas
afortunadas que se asienten en estos hermosos y controvertidos parajes pues, un
pueblo que recuerda, es un pueblo que vive.
Posicionarnos en estas realidades supone
abstraernos de este nuestro presente, por tanto es necesario olvidarnos de la tecnología
actual representada por ejemplo por teléfonos de cualquier tipo y más aún los celulares,
por la radio, por la televisión, las PC, los satélites, las vías asfálticas, los
trenes a fuerza diesel y por esos enormes ómnibus de dos pisos, pues hace 100
años todo esto aún era un futuro incierto y no cuentan en este periplo ucrónico
de inicios del sXX. Les propongo iniciar el recorrido acercándonos a ese
ombligo de la minería peruana que fue el Cerro de Pasco, ubérrima zona, hoy un
tanto venida a menos, estigmatizada.
LLEGANDO
AL CERRO DE PASCO DE 1 913
Conjeturemos un ferrocarril a vapor que
surca nuestras cumbres andinas, volutas de humo arisblanco incluidas, con mucha
fuerza pero cansino. Para llegar desde Lima al Cerro de Pasco es menester estar
ya en La Oroya adonde hemos llegado con el flamante y ya admirado Ferrocarril Central
que habíamos tomado en la recién estrenada Estación de trenes de los Desamparados de Lima, construida en 1 912
sobre la antigua Estación del Ferrocarril Central de Callao al Cerro de Pasco y
concebida por el arquitecto peruano Rafael Marquina. Abordamos a las 6 de la madrugada y en el maravilloso marco de
ascenso primero a las sierras limeñas y luego a las juninas, cabalgamos sobre
paralelas líneas de acero dormidas sobre maderos fuertes e indolentes que, a
tramos, ora desafían enormes quebradas para unir dos montañas a modo de puentes
fabulosos e increíbles -los conocidos Puente de las Verrugas y Puente del
Infiernillo por muestra- ora, figurando protegernos de alguna malhadada
tempestad, ingresan a innumerables túneles de ensueño concebidos para salvar
distancias y alcanzar rápido el punto más alto del mundo para un ferrocarril:
Ticlio 15 000 pies sobre el nivel del mar (psnm, un sí digo: aún no se usa el
metro por una cuestión de imperios) cosas del ingenio humano para lograr cruzar
los altivos Andes centro-occidentales por el abra de los cerros de Anticona y
de Meiggs, orgullosos de sus nieves perpetuas. Ya el Sol ha pasado su meridiano
y tocamos la tierra de La Oroya a las dos en punto de la tarde, tren inglés,
hora inglesa, eso era norma.
Como nuestra meta es el
Cerro de Pasco, a esa hora tenemos que abordar otro novísimo tren, el llamado ‘Ferrocarril del Cerro de Pasco’ que a la
sazón ha sido construido entre los años tres y comienzos del cuatro, pero que
recién se abre al tráfico de cerreños, oroínos y limeños el 28 de julio 1904,
ceremonia oficial incluida.
En aquellos días la línea La Oroya-Cerro
de Pasco tiene un recorrido de 82 millas, aparte del ramal “Goyllarisquisga”, que
se extiende desde Vista Alegre hasta las minas de carbón así llamadas: “Goyllarisquisga”,
porque es allí es el lugar donde, poéticamente cuenta una leyenda Inca, “una
estrella cayó” tal como lo alude esa voz quechua. Este ramal tiene una longitud
de 26 millas, pero hay un segundo ramal que va desde de Alcacocha a Quishuarcancha
con 10 millas adicionales, mas este último no es para el tráfico público, sino
exclusivamente para transportar carbón desde las minas a Alcacocha y materiales
para las minas en construcción de Quishuarcancha.
Por los hermosos parajes de la vía
principal del “Ferrocarril del Cerro de Pasco” diariamente transitan trenes
mixtos, es decir trenes que conducen pasajeros y cargas. Además un bien
equipado tren de pasajeros conecta en La Oroya los lunes, miércoles y viernes
con los trenes del Ferrocarril Central del Perú hacia Lima y retorna de la
Oroya al Cerro los días martes, jueves y sábado.
Como decía al inicio en este relato no
cuenta el tiempo, por tanto vivamos ucrónicamente este paseo a bordo de este
histórico ferrocarril camino al Cerro de Pasco, viaje que por lo demás es un
regalo para la vista y el espíritu: Salgamos de la Oroya para ascender a
contracorriente la margen derecha del aquí sereno valle del rio Mantaro, extrañamos
sí, la mágica visión de los futuros pueblos amurallados de Amachay, Chulec y
Mayupampa -aún proyectos en calenturientas mentes metalúrgicas- con todo, el
valle igual nos depara hectáreas de verdes cármenes naturales. Crucemos el majestuoso
Mantaro frente al pintoresco villorrio de Antahuaro, antes conocido como Tilarnioc,
y trepemos a fuer de vapor para alcanzar la mayor altura de esta vía en la Cima
de Wye. De aquí adelante nos instalamos en esa gran planicie que es la Meseta
del Bombón atravesando la inmensa Pampa de Junín y al tomarla, la velocidad del
convoy aumenta súbitamente y ahora en rápida sucesión pasa, bello, el memorable
campo de la batalla de Junín, única batalla en el mundo moderno donde no se
dispara un solo tiro y donde se iniciara la consolidación de nuestra
independencia hace ya 90 años, desfila luego el pueblo de Junín y su famosa
Chinchaycocha, enorme, quieta, translucida, bella. En la orilla opuesta se
divisa, tenue, el villorrio de los Óndores.
Ora ya estamos en Carhuamayo, con sus
muchas casitas andinas típicas; llamas y algunas ovejas despistadas, adornadas,
cruzan a pequeños brincos las líneas. Hacia las 5 pm dejamos Carhuamayo e
iniciamos el ascenso al cerro del Inca y he aquí que a nuestra infatigable contemplación
se presentan, breves, las titilantes luces del pueblo de Fernandini y por fin
en el horizonte, la “Smelter” que tocamos cinco minutos después. El tren se
detiene en la bien iluminada estación, frente a nosotros en vista plena el
establecimiento industrial con esos sus grandes hornos devoradores de rocas y
forjadores del preciado metal y que pocos años después devendría en la Gran
Fundición de La Oroya, que tanto ha contribuido a la prosperidad de nuestro
Perú.
Salgamos de Smelter para media hora
después por fin divisar que el Cerro de Pasco a lo lejos nos saluda tranquilo y
sin sobresaltos. Al sol moribundo de esa tarde serrana nos apeamos del
confortable coche quizá cansados pero felices a pesar del dolorcillo de cabeza,
que un cocido de coca quita, y del aire frio de las montañas ubérrimas de nuestros
Andes. Hemos ascendido hasta 14 208 psnm, nos sentimos gratos de haber llegado
a destino sin contratiempos y complacidos de la oportunidad de iniciar este agradable
periplo atravesando un rincón de estas nobles tierras de los juninos.
Consignemos aquí que, hoy, el Superintendente
general de este Ferrocarril Oroya-Cerro de Pasco es el joven y competente
ingeniero americano M. Wilcox, esposo de la señora belga María Luisa Guislain,
extensamente vinculados a Lima y que, sin duda, muchos descendientes habrán de
dejar en esta parte de la sierra peruana.
Pero curioso y amable lector seguramente
habrás de preguntarte ¿y cómo era entonces el Cerro de Pasco adonde has logrado
llegar aquella mágica tardenoche de 1 913? Pues bien aquí una brevísima visión
de lo que en los meandros de los recuerdos queda, matizando los míos, ya
precarios, con los que constan en anales de entonces redivivos eccum hic.
EL
CERRO QUE NO CONOCÍ
Para no ir demasiado lejos, a tiempos
del Inca o antes, determinemos iniciar esta ucronía abarcando sólo desde la
colonización de los españoles, que otras habrían de haber. Conocido es que el
Cerro de Pasco fue desde entonces afamado mundialmente por los enormes tesoros
argentíferos que guardaba y guarda en sus entrañas. Decir: ¡Cerro de Pasco! fue
siempre un rótulo sonoro, un nombre mágico, un País de Ensueño, así con
mayúscula, donde la plata valía menos que el hierro, así proclamaba la leyenda
que al popularizarse, adquiere visos de fábula. Por aquellos tempranos tiempos era
la tierra predilecta de hombres valerosos, de hombres de férrea voluntad,
tierra de hombres venidos al inicio desde las Españas, tierra en la que se
conquista la riqueza en forma rápida, casi fulmínea. Se creía, y en efecto así
era, que bastaba arañar un poco la corteza dura de esas montañas para que
quedase a descubierto el argentino y deslumbrante metal. Esta es la leyenda de
un pueblo, el Cerro de Pasco, que fama dio al Perú durante el coloniaje y
después...
Se sabía del yacimiento minero del Cerro
de Pasco desde los pre-incas, pero es en el virreinato cuando se confirma y
explota. Precisamente por estos años de gracia la leyenda de Huaricapcha se
difunde y por ventura está relacionada con el inicio de las ‘operaciones
mineras’ en la zona. En 1 630 gobierna Jerónimo de Cabrera, el afamado Conde de
Chinchón, quien es el portador de la buenanueva para las Españas: el
descubrimiento del yacimiento de Yaricocha también llamado ‘Yacimiento mineral
de Pasco’ en alusión al cerro donde se asienta.
LA
LEYENDA
Y si de Huaricapcha hablamos, discurramos
pues sobre la muy conocida leyenda referida al descubrimiento de las minas del
Cerro de Pasco, hela aquí:
Corría
el año de nuestro Señor de 1 630, las propiedades de
la hacienda de Santisteban de Yaricocha asientan en la vasta meseta del Bombón,
cuyos escarpados forman una región agresiva de terrenos deslumbrantes por sus
nieves, en los que hasta en el día más hermoso se advierte detrás del
implacable cielo azul turquesa algo siniestro en los profundos silencios de sus
inmensidades, allí los hombres pastorean el ganado, pues la mujeres, en esa aún
sana pero lejana memoria, quedan atendiendo los fuegos del hogar.
Una imprevista mañana de
aquel antiguo año, el pastor Santiago Huaricapcha, natural de esas soledades y treintañero
él, muy de madrugada sale como cada día a pastar sus llamas por esos yermos parajes
mágicos donde solía pasar su muelle vida. Mas el tiempo soleado de esa mañana de estío, al crepúsculo
se torna amenazante, estamos a más de 15 000 pies snm y en poquísima brevedad
las cerrazones ensombrecen el ambiente, se desencadena terrible ventisca y
pronto amenazantes, pero benditos, copos caen. Santiago sabe que a la mañana siguiente
temprano brillará el sol para derretir esa nieve y la tierra sedienta tomará el
agua y ‘a de juro haberá más pasto’, piensa alegre que su ganado ganaría nuevas
oportunidades de vivir a pesar de las borrascas y nieves. Mas ahora lo
importante es protegerse de la nieve por lo menos hasta que amaine la braveza
de sus cielos andinos. Pasan las horas y en el horizonte más viento que trae
más y más nieve y en esa su visión sincrética se dice: ‘castigo de Apus, pues…!’
La tempestad creciente le confina dentro ese espeso e impenetrable arcano y no
puede retornar.
Con la noche, el frío es aún
más insoportable a pesar de su vestido de puna: manguillas, chullo, poncho y
grueso calzón de bayeta, ese frío congelante le cala hasta sus intimidades.
Temiendo congelarse, busca abrigo en la enormidad del erial, tan sólo necesita
una caverna de las muchas que allí hay, ellas siempre le han protegido de
illampu y Oh! salvación, encuentra una acogedora cueva, ingresa junto a algunas
de sus llamas, las más pequeñas, claro, junta taquia, bosta, ichu y otros
pastos secos que topa dentro, prende una fogata alrededor de piedras que le
sirven para proteger el preciado combustible. Ya algo aliviado, saca coca de su
huallqui y comienza a chacchapar atizando la fogata de cuando en vez. Pronto
duerme impertérritamente a la espera de la mañana para regresar.
Amanece y con la claridad
naciente del día inundando el entorno, Santiago observa desde lo alto que,
ahora como siempre la nieve virgen había suavizado el contorno de los arroyos,
senderos, zanjas y hondonadas en visión esquiva. Emocionado vuelve los ojos al
hogar apagado y turulato no puede elucubrar explicación alguna para lo que
veía: de las piedras del fogón nocturno, de esas frías y viejas piedras que la
noche anterior le dieron forma a su hoguera cuelgan, longos y finísimos, hilos
blancos y brillantes de textura tal que parecían delgadísimas lágrimas de
piedra. Sobrecogido más que fascinado por esas formaciones, rápido, las llena
en el huallqui para encaminarlas a don Juan José Ugarte, un rudo minero de
aquella época. La tradición señala a Ugarte como un gambusino aventurero quien
muy poco después de la visita de Santiago llega a ser un acaudalado minero argentífero,
desde entonces muy reconocido por la Corona. Por supuesto, y como siempre sucede
en estas tierras, de Santiago nunca más se supo. Así fue como, la leyenda dixit y yo sólo la burilo, se descubrió el mineral del Cerro de
Pasco.
El beneficio de la plata en el Cerro de
Pasco de estos tiempos iniciales, se hace a partir de pacos superficiales (mineral
de plata con ganga ferruginosa) por amalgamación, el mercurio de Huancavelica
está cerca. Así de fácil… Entonces, una caterva de aventureros y de hombres
ansiosos de fortuna se lanza bien pronto a extraer las riquezas del afamado
mineral y a la par que acuden unos y otros, se comienza a construir las
primeras casas de la futura villa, casas que aún en este año de gracia de 1 913
existen y conservan todo el sabor de los tiempos en que fueron hechas.
Acaso este sea el inicio de
las ubérrimas minas de plata del Cerro de Pasco, que al bien decir de la Corona
española, agradecida, designa a la ciudad en el año 1 639 con el título
nobiliario de “Ciudad Real de Minas” y hacia 1 771 como la “Distinguida Villa
Minera del Cerro de Pasco”. Luego la República en 1 840 la distingue como la
“Opulenta Ciudad de Cerro de Pasco”.
EL CERRO QUE AHORA PISO
El Cerro actual, 1 913, a pesar de la
explotación casi continua de que ha sido objeto por trescientos y más años
conserva toda la fuerza de su tradición. La ciudad no es, por cierto, una de
las más atrayentes del Perú. A la vera de una montaña, el poblado comienza en
la suave ladera de la colina y baja luego a la hondonada para comenzar a subir
nuevamente el escarpado desnivel. Sus callejuelas angostas que se retuercen, o
se quiebran súbitamente en ángulo recto, son agrupamientos de casitas con
primitivos techos de paja que se apretujan y hacinan a lo largo de suelos pavimentados
con grandes piedras relucientes y resbaladizas. El Cerro de Pasco es una villa que
cuenta con más de tres siglos de vida, donde lo moderno apenas marca huella. La
falta de agua potable la hace poco confortable para la vida pero, en cambio, su
actividad comercial es grande. Cada casa es una tienda y todas hacen negocio;
en algunas se puede descubrir artículos y objetos quizás mejores y más baratos
que en Lima. En determinadas rúas es posible encontrar tambillos adornados con
pequeñas mesas de madera que exhiben productos de panllevar papas, ocas,
ollucos, algunas yerbas aromáticas traídas indudablemente de otros lares, otros
exhiben los panes llamados ‘tantaguaguas’ en forma de
muñecas, llamas y palomas, esto debido a que quizá estemos cerca a esa fiesta
tan peruana de “Todos los santos”. Esta reseña no es una ficción, ni
siquiera una hipérbole. No, simplemente es la realidad de estos parajes antes
tan recónditos, hoy aquí patentes para el que quiera verlos, reales para el que
quiera tocarlos.
Como corolario, señalemos una huella de
la riqueza expoliada a esta querida tierra, de la que por cierto el Cerro de
Pasco nunca supo: cálculos que se quedan cortos, consignan en 14 mil las toneladas
de plata procesadas durante la Colonia, con un valor de 100 millones de libras
esterlinas, no es necesario ser zahorí para conocer cuál es el valor actual de
lo extraído por España de esta generosa tierra. ¡Ah, Cerro manta pacha!
Paremos aquí para labrar otras visiones
específicas sobre estas certidumbres en las memorias de la minería del Centro
del Perú, muchas de ellas idas qué duda cabe, y perfilar en este ámbito parte de
la actividad minera desarrollada en estas tierras opulentas. Acometamos también
manifestaciones socioculturales de esa época como sus almacenes que hoy aquí
llaman “mercantiles”, sus hospitales, sus trenes, sus gentes con su afán de vivir
inmersas en estos climas inclementes, ora montaraces ora níveos y aún así gente
impávida ante su realidad.
REFERENCIAS:
1.
Helguero PS. Viajando por la República. Imprenta La Moderna. Lima. 1917
2. Ministerio Energía y Minas Perú. Ingemet. Historia
de la minería en el Perú. Capítulo 1. Disponible en: http.//sisbib.unmsm.edu.pe.
3. Leyenda de Huaricapcha: http://cerrodepoesia.blogspot.com/2010/01/leyenda-de-huaricapcha
version.html
3.
Fotografía del Cerro de Pasco: Blog “Cielo de Pasco”
de Albert Estrella.
4. Imagen de Huricapcha: http://www.galeon.com/antología/muscerrena/huaricapcha.bmpNota del Editor: Nuevamente mis agradecimientos al maestro Dr. Augusto Ramírez por compartir con todos mis lectores una visión de cómo era la vida en la naciente minería moderna en el centro del Perú, donde tanto él, como nosotros hemos dado parte de nuestra vida al servicio de los trabajadores mineros trabajando a más de 3700 metros sobre el nivel del mar.
Aquiles Monroy MD
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