(foto de César Alvarez Ruiz)
DE CÓMO Y POR QUÉ LLEGUÉ A CHULEC
Estos días de serranas lluvias tormentosas invitan a recordar, y que mejor circunstancia para hacerlo que rememorar cómo llegué a una de las ciudades más queridas, para mí, La Oroya manta pacha. A mi memoria acuden un tanto escapantes los recuerdos de esa profunda senda que me lleva al pretérito año de 1 968 cuando acudí presuroso a la cita con mi destino en esa ciudad querida localizada sobre los 3 750 msnm.
Hoy aquel mundo retórico de 1 968 donde todo era felicidad, no está más pero quedan personas, sitios, visiones y sabores burilados en mi memoria siempre esquiva, y antes de que se bloqueen esas conexiones neuronales, quiero ponerlos en blanco y negro en este virtual sitio y gracias a la invitación amable de Aquiles, para que por lo menos tengan un mayor tiempo de vigencia,… aunque mi afán último es compartirlos con aquellos mis viejos amigos de Chulec -viejos en el mejor sentido de la palabra, claro-
El año de 1 968, visto desde este lejano tiempo de 2 012, fue un Gran Año, uno de aquellos años prodigiosos en que el hombre, o mejor dicho la humanidad, se abría camino para cambiar sus viejas estructuras, veamos:
1 968 fue el año en que las juventudes europeas inician movimientos sociales -que recién darían frutos en los 90’s- con las primaveras de Praga y París para encender la mecha del cambio, aunque para entonces no éramos conscientes de eso, la juventud y el existencialismo promovían al hombre como hombre y no como instrumento social, usable y desechable, en una sociedad agotada por decir lo menos, iniciando así el rompimiento de las viejas estructuras y decretando que el mundo debía cambiar. Aquí en el otro lado del “charco” el imperio atizaba “su” Vietnam, sin prever que esos pequeños, tuneleros y malnutridos asiáticos le ganarían la guerra y en nuestro Perú asomaban los militares con prometedores cambios, me cuesta llamarlos cambios, pues los golpes de estado eran entonces moneda corriente. Quizá a la vera de todo esto, nos sentíamos la primera generación que se presentía “libre”, primera generación a la que ya no le contarían más los viejos cuentos de siempre para explicar nuestra presencia en esta hoy, tan venida a menos Tierra.
Bueno para seguir en el tema, coincidentemente con estos cambios, cinco “pichones” de médico, terminábamos los estudios escolares de medicina y nos llega el tiempo de hacer el Internado, así que confabulamos: por qué no hacerlo en el afamado Hospital General de Chulec de la Cerro de Pasco, total para nuestro pensamiento izquierdoso de entonces, esa era una empresa muestra del imperio en nuestra propia tierra (quién en su juventud no ha sido “revolucionario”?) además era lugar común escuchar que allí en las minas, la empresa maltrataba y hasta “mataba” a sus trabajadores. Entonces qué mejor circunstancia para comprobarlo.
Es así que a las 6 de la madrugada del 2 de mayo de ese año nos trepamos al tren de la Empresa en la estación de Desamparados de Lima y con el maravilloso marco del ascenso a nuestras sierras, puentes ferroviarios fabulosos: Puente Verrugas, Puente del Infiernillo, y luego de cruzar innumerables túneles y de alcanzar el punto más alto del mundo para un FFCC, Ticlio 4 480 msnm -entonces el tren cruzaba dicho punto- tocamos la tierra de La Oroya a las 2 o’clock de la tarde, tren inglés hora inglesa… nos dirían después.
Era La Oroya una cuidad de una sola calle muy larga, quizá 5 ó 6 km, asentada a la vera de los ríos Yauli y Mantaro cuya característica resaltante era su color rojizo obscuro. Su cielo era claro, típico de un día serrano despejado, aunque al fondo una enorme chimenea exhibía su propia nube, días después nos enteramos de qué era esa nube y de que allí, las chimeneas tenían su nube propia. El picor típico de la Oroya hería nuestras mucosas, agravado por una cierta incomodidad respiratoria. Era una tarde serrana, clara sin nubes y sin pájaros en el cielo, el sur de la ciudad lucía un tanto “nublado” por decir lo menos. La Oroya, estaba en realidad dividida en dos zonas bien delimitadas, una, La Oroya Antigua, antigua aldea de campesinos que en sus buenos tiempos fueron pastores, ahora muy venida a menos, la otra La Oroya Nueva, mejor diseñada y conformada por los “campamentos” de los mineros peruanos de la C de P, la mayor parte de estas construcciones eran cubículos de 4 x 4 m., y otros bloques de 2 ó 3 pisos, ambos edificados a la vera de una larga carretera y del profundo río Mantaro que, como decía, lucía extrañamente para nosotros, fuereños, un color rojizo.
Averiguando llegamos y nos presentamos en el Centro Médico Externo de la Empresa. Muy solicito el señor Oscar Alania nos recibe y nos presenta al administrador el señor Irineo Toykin quien ordena que, en una moderna camioneta, nos trasladen al Hospital, ubicado 5 k más hacia el oriente.
Aquí otra sorpresa, Chulec lugar donde se asentaba el Hospital, nuestra meta y que por los próximos 12 meses sería nuestro hábitat natural era, un casi perfecto y aséptico suburbio americano enclavado a la vera izquierda del Mantaro, suburbio de los que sólo conocíamos por el cine. Nos llamó la atención que Chulec fuese una ciudad amurallada por el rio Mantaro a la que sólo se accedía por un único puente con rejas de fierro muy sólidas custodiadas por vigilantes de Protección Interna de la Empresa, tal una ciudad medieval.
Eran, las curiosas casas de Chulec, de arquitectura americana inspirada en el estilo arquitectónico colonial temprano de ese país, una verdadera sorpresa que después asimilaríamos.
El Hospital en sí, unos 1 000 m2, parecía haber sido en algún momento temprano de los años 20 ó 30’ un recinto amurallado -quizá vivienda de la alta gerencia de la empresa o un depósito de cosas valiosas en tiempos convulsos- sus gruesas paredes de tapia y ladrillo más las defensivas esquineras torretas, así lo atestiguaban. Claro que la parte de su nuevo ingreso lucía modernidad con un segundo piso de concreto y ladrillo donde, después veríamos, era la residencia del Director, de los médicos Residentes del Hospital y en su parte posterior, residencia de las enfermeras de mayor categoría, lo que incluía a la Srta. Teresa Vallejos, a la sazón Jefa de Enfermeras. Todos los trabajadores lucían uniforme de acuerdo a su categoría y los médicos y enfermeras de riguroso e impecable uniforme blanco y ellas con serias tocas que hoy no se ven más por otros lares. La tranquilidad, el orden, la limpieza eran impactantes, casi agresivos. Así iniciábamos nuestro internado y la recóndita tarea de “conocer al monstruo por dentro”.
Nuestro primer contacto fue con la enfermera de turno en Emergencia, Elna Mars, muy guapa por cierto, quien nos condujo al señor Josué León y éste a su vez al Sr. Administrador, el Doctor Enrique Olivares García, cuya oficina estaba en el pasadizo que conducía a la “Clínica”, lugar exclusivo para hospitalización de Gringos, mayormente americanos e ingleses.
Luego fuimos conducidos a las “habitaciones de los internos” ubicadas en el segundo piso del edificio antiguo circundando al Comedor y que, por 12 meses y más, serían nuestras habitaciones, como éramos 5 interno, uno llegaría luego, las escogimos por afinidad para los 3 dormitorios asignados: Oswaldo Amaya y yo en el que daba a la bella ciudadela sacha americana, Carlos Campana y Manuel Chan en el dormitorio interior de esa ala. Al frente a la izquierda de la entrada del Comedor, J.J. Calderón que espera la llegada del interno 6. El otro dormitorio estaba asignado al Jefe de enfermeras del “Patio 2” (Estación de Enfermeras número 2), señor Marco Portocarrero, “señor Porto”, para los amigos.
Luego de un corto recorrido, de las presentaciones formales y de los primeros consejos para laborar en una empresa de talante americano, tan ajena a nuestro quehacer latino, vendría la asignación de lugares de trabajo, así como lo leen, cansados y medio asorochados, asumíamos las funciones de internos del Hospital de General Chulec, tal nuestra “aterrada” visión del trabajo que nos esperaba.
Esta, mis amigos, fue la forma de cómo llegamos a ser parte de esa gran familia del Hospital de Chulec y de la C de P C C, incorporated in Delaware, tal como se le conocía a la Empresa y que luego devendría en CENTROMIN PERÚ, Juan Velasco Alvarado dixit.
Por supuesto que durante mis 27 años de trabajo en la Oroya, acaecieron muchas más vivencias, conoceres, y emociones fuertes, mas esas, mis amigos os los desgranaré en las posibles partes siguientes de esta historia, Aquiles mediante.
Agur amigos míos.
Hoy aquel mundo retórico de 1 968 donde todo era felicidad, no está más pero quedan personas, sitios, visiones y sabores burilados en mi memoria siempre esquiva, y antes de que se bloqueen esas conexiones neuronales, quiero ponerlos en blanco y negro en este virtual sitio y gracias a la invitación amable de Aquiles, para que por lo menos tengan un mayor tiempo de vigencia,… aunque mi afán último es compartirlos con aquellos mis viejos amigos de Chulec -viejos en el mejor sentido de la palabra, claro-
El año de 1 968, visto desde este lejano tiempo de 2 012, fue un Gran Año, uno de aquellos años prodigiosos en que el hombre, o mejor dicho la humanidad, se abría camino para cambiar sus viejas estructuras, veamos:
1 968 fue el año en que las juventudes europeas inician movimientos sociales -que recién darían frutos en los 90’s- con las primaveras de Praga y París para encender la mecha del cambio, aunque para entonces no éramos conscientes de eso, la juventud y el existencialismo promovían al hombre como hombre y no como instrumento social, usable y desechable, en una sociedad agotada por decir lo menos, iniciando así el rompimiento de las viejas estructuras y decretando que el mundo debía cambiar. Aquí en el otro lado del “charco” el imperio atizaba “su” Vietnam, sin prever que esos pequeños, tuneleros y malnutridos asiáticos le ganarían la guerra y en nuestro Perú asomaban los militares con prometedores cambios, me cuesta llamarlos cambios, pues los golpes de estado eran entonces moneda corriente. Quizá a la vera de todo esto, nos sentíamos la primera generación que se presentía “libre”, primera generación a la que ya no le contarían más los viejos cuentos de siempre para explicar nuestra presencia en esta hoy, tan venida a menos Tierra.
Bueno para seguir en el tema, coincidentemente con estos cambios, cinco “pichones” de médico, terminábamos los estudios escolares de medicina y nos llega el tiempo de hacer el Internado, así que confabulamos: por qué no hacerlo en el afamado Hospital General de Chulec de la Cerro de Pasco, total para nuestro pensamiento izquierdoso de entonces, esa era una empresa muestra del imperio en nuestra propia tierra (quién en su juventud no ha sido “revolucionario”?) además era lugar común escuchar que allí en las minas, la empresa maltrataba y hasta “mataba” a sus trabajadores. Entonces qué mejor circunstancia para comprobarlo.
Es así que a las 6 de la madrugada del 2 de mayo de ese año nos trepamos al tren de la Empresa en la estación de Desamparados de Lima y con el maravilloso marco del ascenso a nuestras sierras, puentes ferroviarios fabulosos: Puente Verrugas, Puente del Infiernillo, y luego de cruzar innumerables túneles y de alcanzar el punto más alto del mundo para un FFCC, Ticlio 4 480 msnm -entonces el tren cruzaba dicho punto- tocamos la tierra de La Oroya a las 2 o’clock de la tarde, tren inglés hora inglesa… nos dirían después.
Era La Oroya una cuidad de una sola calle muy larga, quizá 5 ó 6 km, asentada a la vera de los ríos Yauli y Mantaro cuya característica resaltante era su color rojizo obscuro. Su cielo era claro, típico de un día serrano despejado, aunque al fondo una enorme chimenea exhibía su propia nube, días después nos enteramos de qué era esa nube y de que allí, las chimeneas tenían su nube propia. El picor típico de la Oroya hería nuestras mucosas, agravado por una cierta incomodidad respiratoria. Era una tarde serrana, clara sin nubes y sin pájaros en el cielo, el sur de la ciudad lucía un tanto “nublado” por decir lo menos. La Oroya, estaba en realidad dividida en dos zonas bien delimitadas, una, La Oroya Antigua, antigua aldea de campesinos que en sus buenos tiempos fueron pastores, ahora muy venida a menos, la otra La Oroya Nueva, mejor diseñada y conformada por los “campamentos” de los mineros peruanos de la C de P, la mayor parte de estas construcciones eran cubículos de 4 x 4 m., y otros bloques de 2 ó 3 pisos, ambos edificados a la vera de una larga carretera y del profundo río Mantaro que, como decía, lucía extrañamente para nosotros, fuereños, un color rojizo.
Averiguando llegamos y nos presentamos en el Centro Médico Externo de la Empresa. Muy solicito el señor Oscar Alania nos recibe y nos presenta al administrador el señor Irineo Toykin quien ordena que, en una moderna camioneta, nos trasladen al Hospital, ubicado 5 k más hacia el oriente.
Aquí otra sorpresa, Chulec lugar donde se asentaba el Hospital, nuestra meta y que por los próximos 12 meses sería nuestro hábitat natural era, un casi perfecto y aséptico suburbio americano enclavado a la vera izquierda del Mantaro, suburbio de los que sólo conocíamos por el cine. Nos llamó la atención que Chulec fuese una ciudad amurallada por el rio Mantaro a la que sólo se accedía por un único puente con rejas de fierro muy sólidas custodiadas por vigilantes de Protección Interna de la Empresa, tal una ciudad medieval.
Eran, las curiosas casas de Chulec, de arquitectura americana inspirada en el estilo arquitectónico colonial temprano de ese país, una verdadera sorpresa que después asimilaríamos.
El Hospital en sí, unos 1 000 m2, parecía haber sido en algún momento temprano de los años 20 ó 30’ un recinto amurallado -quizá vivienda de la alta gerencia de la empresa o un depósito de cosas valiosas en tiempos convulsos- sus gruesas paredes de tapia y ladrillo más las defensivas esquineras torretas, así lo atestiguaban. Claro que la parte de su nuevo ingreso lucía modernidad con un segundo piso de concreto y ladrillo donde, después veríamos, era la residencia del Director, de los médicos Residentes del Hospital y en su parte posterior, residencia de las enfermeras de mayor categoría, lo que incluía a la Srta. Teresa Vallejos, a la sazón Jefa de Enfermeras. Todos los trabajadores lucían uniforme de acuerdo a su categoría y los médicos y enfermeras de riguroso e impecable uniforme blanco y ellas con serias tocas que hoy no se ven más por otros lares. La tranquilidad, el orden, la limpieza eran impactantes, casi agresivos. Así iniciábamos nuestro internado y la recóndita tarea de “conocer al monstruo por dentro”.
Nuestro primer contacto fue con la enfermera de turno en Emergencia, Elna Mars, muy guapa por cierto, quien nos condujo al señor Josué León y éste a su vez al Sr. Administrador, el Doctor Enrique Olivares García, cuya oficina estaba en el pasadizo que conducía a la “Clínica”, lugar exclusivo para hospitalización de Gringos, mayormente americanos e ingleses.
Luego fuimos conducidos a las “habitaciones de los internos” ubicadas en el segundo piso del edificio antiguo circundando al Comedor y que, por 12 meses y más, serían nuestras habitaciones, como éramos 5 interno, uno llegaría luego, las escogimos por afinidad para los 3 dormitorios asignados: Oswaldo Amaya y yo en el que daba a la bella ciudadela sacha americana, Carlos Campana y Manuel Chan en el dormitorio interior de esa ala. Al frente a la izquierda de la entrada del Comedor, J.J. Calderón que espera la llegada del interno 6. El otro dormitorio estaba asignado al Jefe de enfermeras del “Patio 2” (Estación de Enfermeras número 2), señor Marco Portocarrero, “señor Porto”, para los amigos.
Luego de un corto recorrido, de las presentaciones formales y de los primeros consejos para laborar en una empresa de talante americano, tan ajena a nuestro quehacer latino, vendría la asignación de lugares de trabajo, así como lo leen, cansados y medio asorochados, asumíamos las funciones de internos del Hospital de General Chulec, tal nuestra “aterrada” visión del trabajo que nos esperaba.
Esta, mis amigos, fue la forma de cómo llegamos a ser parte de esa gran familia del Hospital de Chulec y de la C de P C C, incorporated in Delaware, tal como se le conocía a la Empresa y que luego devendría en CENTROMIN PERÚ, Juan Velasco Alvarado dixit.
Por supuesto que durante mis 27 años de trabajo en la Oroya, acaecieron muchas más vivencias, conoceres, y emociones fuertes, mas esas, mis amigos os los desgranaré en las posibles partes siguientes de esta historia, Aquiles mediante.
Agur amigos míos.
AUGUSTO V RAMIREZ, MD. OH
Cajamarca febrero 2 012
Cajamarca febrero 2 012
Casa en los EEUU, estilo arquitectónico colonial temprano. Aún pueden verse muchas casas como esta en el interior de los EEUU. Abajo nótese la similitud con las casas de Chulec
Esta casa también es americana y si ustedes conocieron Bellavista o Yauliyacu en lo que fue Casapalca de la Cerro de Pasco y CENTROMIN, comparen!!!
Daniel Eduardo Martinez Gutiérrez: lo que ustedes tuvieron fue la mezcla de gases tóxicos de la época agravado con soroche... ay q horror tan solo imaginarloooo!!!! :P
ResponderEliminar...peor aún, comenzar a trabajar estando asorochados, que feo!!! Si yo hubiera estado en esa situación, seguramente hubiese estado muriendo :O
EliminarTu ignorancia supera a tu estupidez. Chulec a tres kilómetros de la "fundición" era un paraíso. Nadie cerraba sus puertas y los juguetes quedaban en el jardín rodeado de pensamientos y claveles y alelis
EliminarEl 2 de abril de 1993 inicie mi internado en ese maravilloso hospital, un verdadero privilegio, tal cual lo describe el autor, siento una pena inmensa de que un lugar con semejante tradicion de excelecia, se extinguiera cual fuego sagrado sin vestales que lo preserven
ResponderEliminarFeliz de haber gozado de sus servicios en todo orden de cosas
ResponderEliminarQue nostalgia!!!! Grandes y maravillosos recuerdos vienen a mi memoria. Mi padre Dr. Muro era el jefe del Servicio de Patología.
ResponderEliminarGracias, por ese nostalgico recuerdo.
ResponderEliminarYo trabaje en mantenimiento mecsnico del 68 al 2003.
Me pusiste a recordar lo felis que fui en esta tierra, mis hijos nacieron aqui.
Gfacias y bendixiones
Pasé mi infancia en Chulec de los 5 hasta los 8 años. Todos nos conocíamos. Había calefacción y chimeneas. Colegio, y el Hospital por supuesto donde mi padre también era médico. Seguridad absoluta. Lindos y sanos recuerdos. Gracias por rememorar
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